domingo, 24 de enero de 2016

Ya están aquí.


Tengo la sensación de que por primera vez empìezan a entrar en los puestos políticos de responsabilidad las nuevas generaciones que se educaron al amparo de la Ley LOGSE, Y el fenómeno progresivamente irá a más. ¿Cómo se desempeñarán en sus cargos? Estoy intrigado.

martes, 19 de enero de 2016

Evaluación del profesorado (extended remix)

El filósofo y ensayista Jose Antonio Marina acaba de hacer público el "Libro Blanco sobre la profesión docente", que pretende servir de guía para la mejora de nuestro sistema educativo. Siendo interesantes su contenido y las recomendaciones que allí se expresan, me atrevo a decir que tamaño esfuerzo es en la práctica estéril. Y es estéril por una sencilla razón, que resumiré en la siguiente tesis y que intentaré desarrollar en los párrafos siguientes.

Tesis: No puede existir un sistema fiable de evaluación del profesorado si no hay previamente establecido un sistema fiable de evaluación del alumnado.

Si bien el significado de la palabra fiable en este contexto es un asunto delicado y motivo de debate, voy a concretarlo en lo que respecta al menos a la evaluación del alumnado: Por fiable entiendo un sistema de evaluación externo a los centros, consistente en pruebas estándar de ámbito nacional para todos los estudiantes, y realizadas en años clave de su recorrido escolar (en cada final de etapa por ejemplo). Aun añadiría una cosa más que me consta no comparte gran parte de mis compañeros docentes: esta evaluación debería tener una repercusión efectiva (con valor social) en el historial escolar del alumno a partir de la enseñanza secundaria. Con esto me refiero a que la evaluación realizada debería formar parte del expediente del alumno y ser tenida en cuenta en cierta medida a la hora de proseguir estudios académicos o profesionales (algo semejante a lo que hoy sucede con la Prueba de Acceso a la Universidad).

Por poner un símil relacionado con el mundo empresarial (ahora que está tan de moda hablar de emprendeduría en el entorno educativo), imaginemos una empresa X que produce un determinado tipo de producto Y. Imaginemos que queremos evaluar los resultados de la compañía. Es evidente que esto debe conllevar el análisis y valoración de los diversos elementos que intervienen en el funcionamiento y organización de la empresa, incluyendo sin lugar a dudas a sus propios empleados y a la capacidad de liderazgo de su equipo directivo. Pero todos consideraríamos un tanto absurdo y evidentemente insatisfactorio un proceso de evaluación que no prestara la más mínima atención (repito: la más mínima atención) a la calidad final de los productos que elabora la empresa en cuestión.

Es evidente que formar a un alumno es tarea bastante diferente que la de producir iPhones o relojes, pero todos estamos de acuerdo en que la principal misión de un sistema educativo es que al llegar a cierta edad los jóvenes del país demuestren una serie de aptitudes humanas, sociales, académicas y profesionales que les permitan desenvolverse satisfactoriamente en su entorno. El centro del proceso educativo es el alumno (ojo, esto no debe confundirse con las teorías que abogan por considerar que el alumno deba dirigir su propio proceso educativo, teorías muy en boga en la actualidad pero cuando menos discutibles). En el lenguaje del mercado, el alumno es el "producto" de la "empresa educativa".

Y sin una evaluación diagnóstico seria del protagonista principal de la escuela, que es el alumno, ¿qué sentido tiene pensar siquiera en una evaluación del profesorado? ¿Cómo vamos a saber si su desempeño es elogiable o, por el contrario, merece reprobación y condena, antes de tener a mano indicadores precisos y comprehensivos que reflejen las conocimientos y valores que hemos sido capaces de transmitir a nuestros jóvenes? ¿Vamos a depender tan sólo de valorar el nivel de satisfacción de los equipos directivos y la administración, de los alumnos o de las familias? Porque no debemos olvidar que cada uno de estos tres estamentos que conforman el núcleo de  la comunidad escolar, si exceptuamos a los profesores que son los sujetos a evaluar, tiene sus propios intereses, y no son parte objetiva a la hora de valorar el desempeño de nuestra labor. Después de todo, un profesor que ponga buenas notas a sus alumnos sin ser demasiado exigente  y mantenga una relación amigable con ellos se llevará más puntos en una valoración del alumnado que uno que exija mas esfuerzo y consiga que sus alumnos progresen más en conocimiento y madurez. O un director podrá aprovechar esta evaluación para rodearse de personal dócil e imponer así su visión del centro, tal vez no la más adecuada para sus discentes. O los pedagogos de moda podrían intentar utilizarla para imponer métodos de enseñanza cuya efectividad no haya sido demostrada previamente. Y se pueden poner muchos más ejemplos de que las propuestas de Marina, sin unos parámetros sólidos que partan de una evaluación objetiva del alumnado, están plagadas de riesgos que pueden llevar incluso a empeorar el sistema en lugar de mejorarlo.

Y es que en este sentido las medidas de Marina para mejorar la calidad de nuestros profesores, sin que exista una manera fiable de evaluar nuestro alumnado, están llenas de trampas y peligros, provocados por esos mismos intereses que cada parte en este laberinto educativo quiere defender, y que no siempre van a estar principalmente dirigidos al objetivo último de la educación: contribuir a la creación de ciudadanos libres, responsables e instruidos.

En el libro blanco de Marina se menciona la evaluación del alumnado en tan solo unos pocos párrafos del mismo, siempre de manera superficial y poco detallada. Y este debería ser el primer objetivo que una verdadera reforma de nuestro sistema educativo debería abordar. En este sentido, un ejemplo que ilustra y defiende la tesis que aquí expongo viene refrendada por uno de los casos que más éxito ha cosechado en las últimas pruebas PISA: el espectacular progreso que Polonia ha obtenido en estas pruebas de rendimiento escolar.  En la página del Ministerio de Educación del Gobierno de Polonia puede leerse la siguiente declaración de su ministro:

"He preguntado a los expertos en las pruebas PISA cómo hemos sido capaces de obtener un éxito tan notable en un periodo de tiempo tan corto. Resulta que el primer paso consistió en un ajuste de los problemas que los estudiantes deben resolver en su prueba final de educación secundaria inferior. Fue suficiente cambiar las expectativas relacionadas con lo que se debía conseguir al realizar esta prueba para que los profesores pudieran adaptar sus métodos de trabajo con los estudiantes." (http://men.gov.pl/en/success-of-polish-lower-secondary-school-students-global-results-from-pisa-2012-survey/)

Es decir, les bastó adecuar los contenidos de sus pruebas estándar (en Polonia las tienen) a aquellos recomendados en las pruebas PISA para que las expectativas de su alumnado crecieran de manera espectacular, sin la necesidad de cambiar su profesorado contratado o realizar una revolución copernicana del sistema educativo en el país. Quiero destacar aquí que me resulta curioso que Marina no analice con mayor interés el caso polaco; su libro blanco está lleno de propuestas revolucionarias (y, no nos engañemos, algunas muy costosas, tanto en el sentido económico como en el humano) en nuestro ámbito educativo, pero presta poca atención a pequeños cambios que pudieran producir mejoras apreciables. Porque a veces las cosas sencillas pueden tener tanto o más valor que las elucubraciones de los grandes visionarios. Por poner un ejemplo, en el entorno docente de nuestro país es bien sabido que el año en el que los profesores se mantienen mas fieles a las programaciones y a los contenidos que deben impartir se produce precisamente en el segundo curso de bachillerato, porque sabemos que al final de esta etapa los alumnos han de realizar la Prueba de Acceso a la Universidad, y que debemos prepararlos para que estén en las mejores condiciones posibles para afrontar la primera prueba oficial, externa al centro, que van a tener a lo largo de su larga trayectoria formativa.

Buscando una imagen que transmita lo que defiendo en mi tesis inicial, me viene a la mente la famosa escena absurda de poner el carro delante del caballo. Mi recomendación a Marina y a nuestros responsables políticos sería la siguiente: guarden temporalmente en un cajón su recién terminado libro blanco de la profesión docente y dedíquense a elaborar el que debería haber sido un primer informe más necesario y urgente hoy en día en nuestro país: "Principios para un sistema nacional de evaluación del alumnado". Y después llegará el momento de echar mano de su libro blanco para establecer un marco razonable de cara a la siguiente cuestión importante que debe tratarse, la relativa a una evaluación objetiva del profesorado.

Por ultimo, a pesar de que no quería mencionar al ministro Wert para no despertar la comprensible furia de muchos, voy a referirme brevemente a él. Creo que la única propuesta verdaderamente interesante de su ley LOMCE fue la implantación de pruebas externas para evaluar el rendimiento del alumnado. Y curiosamente, una de las ideas que más ha sido contestada y criticada desde diversos frentes (sindicatos, asociaciones de padres, partidos políticos). Porque nadie quiere que se manifieste, aun de una manera más descarnada de lo que ya sabemos quienes ejercemos la profesión docente, la triste realidad: el pobre nivel académico que alcanzan nuestros alumnos al final de su periodo de escolarización obligatoria.